SOMOS RECUERDOS
Desde el balcón la ví perderse
en el trajín de la Gran Vía.
Y la vida siguió
como siguen las cosas
que no tienen mucho sentido.
Una vez me contó
un amigo común que la vio
donde habita el olvido.
Donde habita el olvido
Joaquín Sabina
Joaquín Sabina
¿Qué es la vida sino un montón de recuerdos? Desde
que somos niños vamos acumulando en nuestra cabeza recuerdos de
momentos, vivencias, conversaciones, situaciones… En la primera etapa de
nuestra vida esos recuerdos son sobre todo del colegio, amigos,
cumpleaños, el primer beso… Después llega la adolescencia y los
recuerdos giran en torno a los viajes con esos amigos, el instituto,
conciertos, nuestro primer amor… Según nos vamos haciendo mayores, los
recuerdos conviven con las responsabilidades de trabajo, familia,
preocupaciones… Pero siempre están ahí y podemos tirar de ellos en los
malos momentos. ¿Quién no ha cerrado los ojos alguna vez para viajar a
aquel verano inolvidable de hogueras en la playa, baños nocturnos y
noches mirando el cielo lleno de estrellas o a aquellas navidades en
casa de los abuelos, cuando todavía estábamos todos?
Después de la adolescencia afrontamos la
etapa de la madurez donde los mejores recuerdos que acumulamos son los
que traen a nuestra mente el nacimiento de nuestros hijos, su primera
carcajada, sus primeros pasos… Y al final nos llega la vejez, una época
en la que los recuerdos cobran un papel importantísimo porque resumen
toda nuestra vida, porque se ven con la perspectiva de una vida ya
vivida y de la sabiduría que dan los años. Seguro que todos en alguna
ocasión nos hemos sentado con nuestros abuelos a escuchar historias de
cuando ellos eran pequeños, de cuando tuvieron a nuestros padres.
Relatos en los que se les iluminan los ojos hablando de las cosas que
usaban para jugar, de las chicas con las que salían o de cómo desde muy
pequeños acompañaban a sus padres al campo.
¿Y si de repente nos fueran quitando poco a poco los recuerdos de toda una vida? Imaginaos
que un día os levantáis de la cama y ya no os acordáis de una cosa tan
sencilla como ataros los zapatos o de dónde está vuestro cuarto.
Imaginaos que pasan los días y cada uno de ellos os acordáis de un
poquito menos. Sin entender el porqué, pero siendo plenamente
conscientes de que algo ocurre, todo se empieza a borrar de vuestra
mente con una crueldad tremenda, sin pedir permiso para llevarse de
golpe todos los recuerdos de una vida. Imaginaos que al cabo de no mucho
tiempo os encontráis con que os cuidan, os hablan, os dan de comer y os
pasean unos extraños que a ratos son vuestra familia pero otras veces
alguien a quien no habéis visto jamás. Por último imaginaos que llega un
día en el que no os conocéis ni a vosotros mismos. Vuestro nombre,
vuestra familia, vuestra infancia, juventud y madurez se han ido
esfumando. Aquello que era el centro de vuestras vidas, los recuerdos
han desaparecido dejando una mente vacía de imágenes, olores y sonidos,
unos ojos perdidos que buscan el horizonte.
¿Os imagináis que os pasara algo así? Terrible ¿verdad? Pues esto es el Alzheimer, una devastadora enfermedad que puede atacar a cualquiera de nosotros para arrebatarnos nuestro tesoro más preciado.
Cada año se detectan en el mundo 4,6
millones de nuevos casos, o lo que es lo mismo, cada siete segundos una
persona es diagnosticada de dicha enfermedad. En España hay alrededor de
1,2 millones de enfermos de Alzheimer, pero no sólo ellos padecen los
efectos de la enfermedad, también los familiares que conviven con ellos.
En total entre enfermos, familiares y entorno directo, en nuestro país
hay alrededor de 6 millones de personas afectadas por esta enfermedad. Es la epidemia del siglo XXI.
Os voy a contar una historia, real como la vida misma. Esta semana he conocido a su protagonista, Toni, una mujer de 69 años luchadora, fuerte y bellísima que hace tan sólo tres meses ha perdido a su marido, enfermo de Alzheimer.
Toni pertenecía a una familia acomodada.
Con tan sólo 19 años se casó enamoradísima con Javier, que tenía 29. Él
era un hombre trabajador, comprometido y conservador. Tras muchos años
de duro trabajo consiguió dar a su familia una buena vida, cómoda, sin
dificultades económicas, por lo que Toni no trabajaba fuera de casa sino
que dedicaba su vida a cuidar de su único hijo. Les gustaba mucho
viajar, disfrutar de la vida y hacer regalos a los suyos. Eran muy
felices, él con sus negocios que había ido construyendo desde la
juventud y ella ocupándose de su hijo, su nuera y sus tres nietas. Toni
nunca se metía en los asuntos del trabajo de su marido, tenía plena
confianza en él pero hace aproximadamente ocho años empezó a observar
comportamientos extraños en él; se escondía para hablar por teléfono, a
veces no llegaba a la hora habitual y había momentos en los que le
notaba ausente. Ella pensó que se debería a algún problema de trabajo,
no se preocupó demasiado.
El tiempo fue pasando y esos momentos de ausencia
cada vez eran más frecuentes. Toni notaba que Javier decía cosas sin
sentido, no seguía las conversaciones con normalidad y empezó a
preocuparse. Esto fue hace 8 años, la primera vez que fueron al médico
para ver qué podía pasarle a Javier, pero entonces no le diagnosticaron
la enfermedad. El Alzheimer es muy difícil de identificar cuando está
empezando.
Dos años después la situación era
insostenible. Toni estaba nerviosa, sabía que algo no iba bien, recibía
en casa cartas y notificaciones relacionadas con la empresa de su
marido, que cada día estaba más distante y al que le costaba decir cosas
coherentes. Habló con su hijo y le dijo que estaba pasando algo gordo y
que quizá ya era tarde. Así que volvieron a ir al médico y tras varias
pruebas y tests confirmaron la terrible noticia. Javier tenía Alzheimer,
la enfermedad fue apareciendo sutilmente y eso le causó graves problemas en el trabajo,
hasta llegar a perder por completo todo lo que tenían, lo que habían
construido a lo largo de toda su vida. Todos sus esfuerzos y sus
desvelos no pudieron combatir los efectos de la enfermedad. Toni y
Javier se quedaron sin casa, sin nada, en la calle. Los ahorros de toda
una vida desaparecieron y no había vuelta atrás. Pero lo peor no fue
eso, sino que a la vez, la enfermedad avanzaba a pasos agigantados.
Javier estaba perdido y su memoria desapareció casi por completo. Hace
dos años tuvo que ingresar en un centro especializado y la vida de su
mujer dio un giro de 180 grados. Toni se puso a trabajar por las mañanas para poder visitar a Javier todas las tardes en la residencia, esa era su razón de vivir.
El 7 de octubre Javier se fue para siempre y a Toni lo único que le ha quedado es un gran vacío…
Mientras tomamos un té y me cuenta esta historia, se le humedecen los ojos.
Él ya sabía que le pasaba algo grave, cuando fuimos al médico me repetía : “Toni, mi cabeza no existe, mi cabeza no existe…”.
Estaba asustadísimo pero nunca le dijimos lo que tenía. Yo le quitaba
los prospectos de las medicinas para que no se diera cuenta de lo que
ocurría, aunque lógicamente lo sabía, era un hombre muy inteligente.
Algunas veces cuando íbamos a la residencia grabábamos en video las conversaciones que teníamos con él...
En una de ellas, este mismo verano, mi marido que era una persona
educadísima preguntó a mi hijo si estaba casado, si tenía hijos…Él le
respondió que sí y Javier volvió a preguntarle: ” y usted ¿es el hijo
mayor?” a lo que mi hijo respondió: ” no, yo soy el padre”. Mi marido
insistía convencido de lo que decía hasta el punto de que oyes la
conversación y parece que el que está mal es mi hijo en lugar de él. Las
preguntas eran correctísimas, era como si acabara de conocerle. Yo lo
que he hecho desde el principio es lo máximo para que él estuviera bien.
He hecho una cosa que es tomarme a broma todas las cosas que decía.
Todos los disparates y frases incoherentes, yo me reía
y así nuestro hijo se reía también y no lo vivía tan de cerca. Yo luego
pensaba por dentro mis cosas. No daba crédito a lo que decía pero se lo
contaba a mi hijo riéndome para que no tuviera un recuerdo tan triste
de su padre y sobre todo para que no pensara que yo estaba sufriendo,
porque era para escribir un libro. Recuerdo que una noche, después de
pasar 12 horas en urgencias en el hospital Puerta de Hierro, cuando
volvíamos a casa en el coche me dijo: “te tengo que decir una cosa, no voy a volver a salir contigo porque estos sitios a los que tú vas, a mi no me gustan nada “.
Tres días antes de morir estuvimos paseando por el jardín de la residencia y ya le vi fatal. Me queda el consuelo de que me reconoció casi hasta el final,
o eso creo yo porque siempre que me veía sonreía. Sabía que le gustaba
estar conmigo. Me acuerdo de un día que entré con una amiga a verle y él
le señaló el camino de la puerta, para que saliera y nos dejara solos.
Pero eran flashes, otras veces no sabía quien era yo. No sabía mi
nombre, pero se refería a mí como su mujer, se lo decía a todo el que
estaba en la residencia: “es mi mujer, es mi mujer”.
La gente me dice que ahora que él ha
muerto tengo que vivir yo, que tengo que estar tranquila y preocuparme
de mí y les digo que no. Porque yo, hasta que él vivía, tenía un motivo
para levantarme por las mañanas, que era coger el autobús para ir a
cuidarle. Yo sabía que era necesaria, pero ahora ya no…
Nos despedimos con un abrazo fuerte. Me
encantó conocerla y comprobar que, a pesar de todas las adversidades y
duros golpes que ha sufrido en los últimos años, Toni es una mujer fuerte, optimista y generosa,
que fue capaz de “reírse” del peor varapalo que le ha dado la vida para
evitar un mayor sufrimiento a su hijo y al amor de su vida. No me
extraña nada que Javier presumiera orgulloso hasta el último de sus días
de que era SU MUJER.
Seguro que la historia que os acabo de contar os ha recordado algo a la de la película “El Diario de Noa”,
para mi una de las mejores películas de amor de la historia. Ojalá
estas cosas sólo las viéramos en la ficción pero no. Por desgracia hay
muchos casos como el de Toni y Javier, historias que está bien que
conozcamos por si algún día nos toca vivir algo parecido. El Alzheimer
es una de las enfermedades más fulminantes que existen y detectarla no es tarea fácil.
Hace falta todavía mucha mucha información y sobre todo investigación, que es importantísima. Por eso quiero hablaros también de Edición Recuerda. Una iniciativa de la Fundación Reina Sofía cuyo objetivo es recaudar fondos para apoyar la investigación en Alzheimer. Bajo el lema “Nos encanta recordar. Luchemos juntos para que todos podamos hacerlo”,
numerosas empresas han colaborado con este proyecto reeditando
productos y servicios que nos acompañaron hace años para que podamos
volver a disfrutarlos (desde un teléfono de diseño vintage, una lata de
Cola Cao de los años sesenta, una bicicleta BH…) Tenéis toda la
información y los productos para comprar en la web.
Todo el dinero obtenido se destinará íntegramente a proyectos de
investigación así que ya sabéis…elegid el producto que más os guste y
compradlo. Es por una buenísima causa. Yo me he decantado por la bici BH y las Victoria. Qué de recuerdos me traen…..
Esta semana, buscando información sobre el Alzheimer, encontré el siguiente relato:
Él tiene ochenta años e insiste en
desayunar todos los días con su mujer, y cuando le pregunté, ¿Por qué su
mujer está en una residencia de mayores?, él respondió; porque tiene Alzheimer.
Entonces le pregunté; ¿Se preocupará su mujer si tardas en venir a
desayunar con ella? Y respondió; Ella ya no se acuerda… claro, ya no
sabe quién soy yo, desde hace cinco años ya no me reconoce.”
Yo sorprendido, le dije: “¡Vaya! y aún así sigues desayunando con ella cada mañana a pesar de que ella no te reconoce.”
El hombre sonrió, me miró a los ojos y me dijo: “Ella no sabe quién soy yo, pero yo sí sé quién es ella.”
El hombre sonrió, me miró a los ojos y me dijo: “Ella no sabe quién soy yo, pero yo sí sé quién es ella.”
Gracias Toni por compartir tu historia y tus recuerdos.
¡Un beso enorme!
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